aureliano n.

conviví parte de mi infancia y adolescencia con aureliano n., vivíamos en el mismo barrio. jugábamos en el mismo club de fútbol, en distintas categorías. mi hermano también era amigo de su hermano. lo son, de alguna manera, a la distancia, todos seguimos siendo amigos.

aureliano n. es uno de los pocos amigos de esa época con los que tengo un contacto intermitente pero sincero. nos hemos leído desde jóvenes, si me puedo tomar el atrevimiento de decirlo así. nos conocemos.

en el último tiempo ha conseguido destellos de honestidad brutal en su escritura. algo que sale de un espíritu sureño que alguna vez compartímos. imágenes de dos hombres cavando una zanja en el verano seco, en cuero, bajo el sol. de un poeta en una cabaña sin dinero para comprar leña, escribiendo para regalar el poema a un amigo en su cumpleaños. imagenes de alguien que “masticaba las cenizas de su incendio, los ojos como dos carbones pulidos.”

su estilo, como él mismo, es polifacético. los textos entre sí difieren, se tergiversan. son como un cuaderno de anotaciones descuidado. quizás eso es lo que más me atrae en este momento de su escritura, su búsqueda.

aureliano n. vive en buenos aires con su mujer v. y su hijo s., donde termina sus estudios en literatura.


esto le pertenece:

D. G. Proletkult

D. Gonzalez conoció al mismo “gato bello” que yo conocí, ese que avanzaba a pasos cortos por los pasillos de la esquina de Alem y Guido.

D. Gonzalez creció frente a un baldío sin final, un pedazo de estepa al otro lado de la calle. Mas alla las vías del tren, luego de eso el desierto.

D. Gonzales escuchó tres millones setecientos seis acordes de una guitarra eléctrica Gibson antes de cumplir los dos años. Viajó al sur y nos conocimos.

D. Gonzales entrevió algunas posibilidades de la divinidad. Tomó por asalto sus altares y besó a las vírgenes que lloraban sangre bajo los arboles añosos que crecen en las márgenes sureñas del Río Negro.

Se rió una noche de invierno y su risa explotó sobre el asfalto y vió como una nube de humo espeso se elevaba, meciéndose, mientras el aire permanecía perfectamente inmóvil.

Otras noches, antes o después, escribió algunas palabras sobre un cuaderno pequeño, diseñado para que los niños ensayen sumas y restas. Tal vez haya escrito sobre un pájaro de alas inmensas, oscureciendo el cielo y de un hombre que se subía a un automóvil en llamas. ¿Me llevás hasta el centro?, preguntaba.

Volvió a escribir, bebiendo sus palabras varias noches consecutivas. Durmió apenas.

La quinta noche en vela decidió bañar su cuerpo en alcohol y saltar desnudo sobre un pequeño fuego que fue alimentando con las hojas del cuaderno sobre las que había escrito sus poemas, esas palabras desordenadas. Su barba había crecido despareja, revuelta y rojiza.

Me encontré con él algunos años después. Masticaba las cenizas de su incendio, los ojos como dos carbones pulidos. Fumaba y la piel de su rostro copiaba la forma de sus pómulos.

Puso un pequeño volumen de poesía en mis manos y luego cada uno de nosotros volvió al agujero del que había salido.

La ultima vez que lo vi hacia dedo en una ruta ventosa, los pantalones se le pegaban a las canillas. Estaba prolijamente afeitado. Era abril ese anochecer y el cielo podía atravezarse con los ojos. Imagino que tenía un cigarrillo en los labios. El no me vió, lo encandilaban los faros de los autos, detrás suyo parecía no haber nada más que la noche.



pueden encontrar más de aureliano n. en :

http://elojoensangre.blogspot.com/


pateando.

caminaban borrachos los dos por una avenida de la colonia roma, venían desmadrando desde antes. habían pegado unas patadas a unos autos y se habían chocado contra todo aquel que viniese de frente a ellos sin mirar hacia atrás siquiera.
los dos con jeans americanos ajustados, chamarras negras. caminaban rápido.
se venían gritando, fuerte, chingándose entre ellos.
uno le pegó una patada a una vidriera de la planta baja de un centro comercial. le pegó con más fuerza de lo que pensaba y se sorprendió al sentir el pie traspasando el cristal grueso. regresó la pierna lo más rápido que pudo cuando se dio cuenta de que el cristal podría caerle encima. se dio vuelta inmediatemente y enfiló derecho. se metió las manos en las bolsas, sintió un poco de sangre corriéndole por la pantorrilla.
- caminá, caminá. - dijo.
el otro se le había quedando viendo. él sí había visto toda la vidriera desplomarse y caer, casi explotando. cuando lo escuchó se dio vuelta y caminó, dio un par de pasos rápidos y se emparejó. también se metió las manos en las bolsas. la alarma empezó a sonar.
- doblá acá, doblá acá. - dijo. repetía las cosas dos veces. la sangre se empezaba a pegotear a sus pelos y al pantalón.
se metieron en una calle más angosta y menos transitada, cortaron por dos o tres distintas de una sola mano, con poco movimiento. cuando ya no escucharon más la alarma, el que había pateado la vidriera se arrodilló, apoyó una rodilla en la calle y flexionó la otra. se levantó el pantalón para ver si era profundo el corte, o si había astillas.
- puta madre. - dijo. se levantó.
- ¿te lastimaste? - preguntó el otro.
- no, no.
cuando cruzaron insurgentes ya habían recuperado el desmadre. patearon uno o dos carros más y se fueron a dormir.