tous les chevaux du roi.


III.

no es indispensable que en una tragedia haya sangre

y muertos: basta con que la acción sea noble, con que

los actores sean heróicos, con que las pasiones estén

exacerbadas y con que todo padezca esa tristeza majes-

tuosa que constituye el agrado sumo de la tragedia.


RACINE.

(citado en el capítulo III de todos los caballos del rey)




llegué a michéle bernstein por una serie de coincidencias. fui en busca de crónicas de motel pero no lo tenían.

luego pregunté por los poemas de ginsberg, me los trajeron y deduje que estaban extremadamente caros para lo que ocupaban en espacio. así que me puse a revisar y terminé con dos libros.

se busca una mujer, un libro de relatos de mi querido chinasky.

y todos los caballos del rey. de michelle bernstein.

el solo comprobar que, como había supuesto, la foto de la portada era un retrato de la autora, me interesó en el libro. luego leí unas páginas del prólogo y descubrí que esta francesa nacida en el treinta y dos en parís había escrito el libro solo para contribuir a las arcas de la internacional situacionista. y tiene dos novelas únicamente.

el planteo básico de la historia es el siguiente:

bajo un contexto de la bohemia francesa de los 60 una pareja decide involucrar a su convivencia a una chica con el nombre de carole. lo demás es anecdótico; convencionalismos de la novela francesa con algo de cinismo muy bien desarrollado, personajes caricaturescos bien confeccionados, buen humor y jolgorio previo al desmadre de kerouac.

pero esta mujer escribe tan bien que es un disfrute leer.

dos de los personajes centrales son extremadamente inteligentes y lo saben, así que se pasean con un aire de superioridad insoportable por la historia, estando sobre todo y sobre todos. eso es divertido y necesario para el nivel de mamonería que se necesitaba en ese círculo de personas en francia.

la precisión de las observaciones y la manera de interpretar los subtextos fueron de las cosas que más me llamaron la atención. y la disgresión en como transcurre el tiempo dentro del texto, también, es extraño. es de esas novelas en que no sabes cuanto tiempo pasa, no hay observación alguna al respecto, pero sabes que entre corte y corte hay una elípsis importante.

el intelectualismo que desprenden genoviéve y gilles no es superfluo, es real. se cree. uno puede entender que esos personajes realmente funcionan así. el diálogo de la página 59 aquí abajo es un gran ejemplo de esto -de hecho, continúa hasta la pag. 60 pero se hace largo-, dejo solamente la terminación del diálogo, que casualmente, fue uno de los párrafos que leí del libro antes de comprarlo.


“luego, cuando le di a entender que la historia se había acabado, parecía que le costaba entenderlo.

- pero bueno – dije-. es imposible que no sepas lo que es una aventura. digamos que para ti ha sido una aventura.

- ¿siempre te comportas así? – me preguntó con severidad.

- más o menos –

- ¿por principio?

me eché a reir.

-¿tengo yo cara de tener principios? es una ética, amor mío.

- es que me gustas – dijo.

- es algo recíiproco – dije con toda sinceridad.

- podríamos prolongar esta aventura. el tiempo que te parezca.

- cada vez que se repite, resulta menos deseable.”

(quien narra es genoveve, el segundo bertrand)

pag. 59


"no dejó de parecer satisfecho y me pidió el número de teléfono.

- ¿qué debo decir si lo coge tu marido?

- pues di que eres bertrand. para entonces, ya lo habré puesto al corriente de tu existencia."

pag. 60


debo admitir que me cuesta leer mujeres. no es un problema de misoginia ni nada parecido, simplemente no me atraen sus sensibilidades, en general. me aburro, las siento ingenuas y me cuesta pelear contra eso. la literatura que más me atrae, evidentemente, es aquella que tiene un cierto nivel de crudeza, o rudeza, si prefieren. por eso me gustan hemingway, bolaño, london, carver, dummet, conrad, o –vaya paradoja- capote. la sensibilidad masculina es fea, y eso es lo atractivo. me cuesta encontrar belleza en lo bello. me repulsa, de alguna manera.

lo que narra bernstein dista de ser algo bello o ingenuo, es algo sofisticado y retorcido, con muchas capas de lectura. que michelle haya sido crítica literaria le da una plusvalía importante al libro: es un libro pre-pensado, no de un escritor, sino de una crítica. y ella misma se encargó de rectificar mi afirmación haciéndose una real autocrítica:


“no hay desenfado sino en la superficie de este libro. su discreción se disfraza de una sequedad que una lectura atenta desmiente. el pudor oculta una sensibilidad e incluso un sufrimiento reales.”


el libro, sin embargo no es nada pudoroso. y la sensibilidad está en la superficie, al igual que el sufrimiento. solo que son tratados de una manera casual y distante. como debería ser ya que el romanticismo resulta tedioso.

volviendo a algunas curiosidades de bernstein que la enriquecen como personaje es obligatorio mencionar que estuvo casada con guy debord, letrista y cineasta de la época, y miembro fundador de la internacional situacionista; una organización de base marxista que combatía la dominación capitalista y buscaba terminar con la sociedad de clases –como me gusta aclarar, en un momento donde las ideologías todavía importaban -. es también sabido que el personaje de gilles en la novela es debord, y que el pintorn ssier jorn es ole.

michele bernstein, su otro libro es la noche. lo buscaré.

por cierto, el título es algo tan perfecto como la frase que lo envuelve en la novela.



pasajes seleccionados.



“qué placer, ya cansada y un poco bebida, encontrarte, como en la canción, con una amplia cama blanca y dormir en ella con el chico del que estás enamorada. por lo demás, también esa canción nos la había cantado la niña aquella, la de la felicidad para siempre jamás de un amplio lecho blanco, en cuyo centro es tan hondo el río que todos la caballos de rey podrían beber juntos.

pag. 24


bebía correctamente, la chica, para tener veinte años. incluso bebía a veces de la botella para demostrar que era una mujer libre; me miraba de reojo, esperando sin duda el momento en que no pudiera yo disimular señales de celos. cantaba con voz algo más baja, algo más infantil; el tabaco, decía; pero yo sabía muy bien que era el deseo de gustar. y, también, para gustarnos, recuperaba anécdotas enternecedoras que debían demostrarnos cuán joven era aún, cuán ingenua era aún, cómo se fiaba de todas las personas poéticas y buenas. su guitarra era un animal fiel que iba con ella a todas partes. ella no entendía nada y sólo amaba la pintura y el mar. y, por descontado, a un osito de peluche. “

pág. 22



“como suele pasar, fue la señal de partida para todos. en la calle, tras estrechar todas las manos, sólo nos quedamos los que vivíamos cerca y volvíamos a pie. bertrand seguía cerca de mí.

caminábamos sin prisa. en cada cruce, alguien se iba. bertrand y yo hablábamos casi en voz baja: eran esas frases vacías de la madrugada. había pasado el cansancio de la noche. cuando me llegó el turno de separarme de los demás, no dije nada y seguí con ellos. al final, bertrand y yo quedamos solos. “

pag. 57